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lunes, 23 de febrero de 2015

Las pequeñas memorias. José Saramago. Alfaguara. 2007. Reseña





     Desde el poblado de Azinhaga, que le vio nacer y de donde partió de la mano de sus padres cuando solo tenía dieciocho meses, hasta las diez casas diferentes en las que vivió junto a sus padres en distintos barrios de Lisboa; desde sus primeros recuerdos junto a sus abuelos maternos hasta que cumplió los dieciséis años de edad; desde sus primeras correrías por los olivares y los ríos cercanos a su residencia hasta sus primeras experiencias, más o menos fructíferas, en el mundo del sexo. Todo ello forma parte de Las pequeñas memorias, una autobiografía que todo el mundo, sobre todo los devotos de Saramago, debería leer.

     Con su característico estilo narrativo, su afilado sentido del humor, su ácida crítica incluso hacia sí mismo, y sus grandes dotes como contador de historias, el bueno de Saramago desnudó su niñez y adolescencia en este exquisito libro de memorias escrito a los 84 años. Por cierto, algo digno de elogio. No ya por lo difícil de recordar sucesos acaecidos hace más de 70 años, sino por el hecho de mantener una lucidez tan asombrosa a tan tardía edad. Una prueba más, en definitiva, de la grandeza del genio portugués ganador del Premio Nobel de Literatura entre muchos otros galardones que no vienen aquí al caso.

     Lo primero a destacar de esta autobiografía es cómo está escrita. No narra los sucesos solo desde la madurez del presente (2006) sino desde la ingenuidad e ignorancia de la edad correspondiente a cada una de las secuencias contadas. Y, todo ello, para explicarnos quién fue y por qué fue así y no de otra manera. A través de la escritura, José de Sousa - ese debió ser su verdadero nombre, pues el Saramago que todos conocemos era el apodo que recibía su padre, algo que explica de forma irónica en uno de los pasajes del presente libro - recobra la niñez tantos años antes perdida para mostrársenos tal cual era en aquellos momentos.

     Así, Saramago, lejos del pudor que la mayoría podríamos sentir, no duda en mostrarnos el origen extremadamente humilde de su familia; sus diez cambios de residencia en apenas diez años; las necesidades que hubieron de pasar; las correrías de las cucarachas por encima suyo por las noches, en el catre en el que dormía en el suelo, en la misma habitación que sus padres; los maltratos recibidos por su madre a manos de su padre; o la mala relación (por no decir nula) que tuvo con sus abuelos paternos, bastante poco acostumbrados a mostrar cariño por su nieto. 

     Uno de los puntos centrales del libro lo constituye su proceso de aprendizaje lector. En él nos muestra su facilidad a la hora de aprender a leer - al margen de las enseñanzas de la escuela, leía todo lo que cayera en sus manos (diarios, libros, panfletos, etc) - y cómo poco a poco comenzó a no hacer faltas de ortografía. Sin embargo, nos extraña sobremanera el hecho de que el propio autor reconozca no haber escrito nada, literariamente hablando, hasta la plena adolescencia (un protopoema para una chica que le gustaba en aquella época). 

     Según avanzamos en la lectura comenzamos a ver cómo los recuerdos de su vida como niño y como adolescente influyeron después en su carrera literaria. Estos recuerdos son las largas horas pasadas en la encrucijada de los ríos que bañaban los olivares de su aldea, la contemplación del atardecer o del amanecer, los cines de barrio de Lisboa, su soledad de adolescente, sus primeros y tímidos escarceos con el sexo femenino o las tareas del campo junto a su abuelo y su tío y el apego a la tierra que de ello surgió con el tiempo.

     Mención especial merece la descripción de las relaciones con su familia (sobre todo la materna) y los vecinos a los que fue conociendo con el paso del tiempo y de las diferentes viviendas donde pasó sus primeros años de existencia. Cabe reseñar sucesos como la felicidad sentida por el adolescente Saramago al concluir una tarea encomendada por su abuelo bajo una copiosa lluvia, la visión de la luna más luminosa que jamás vio una noche en que acompañaba a su tío a una feria de ganado, la contemplación de un cielo repleto de estrellas mientras su abuela reconocía ante él estar triste ante la muerte que se le avecinaba o la especial relación que tuvo con su madre, mujer trabajadora, sacrificada, maltratada y humillada.

     La muerte de su hermano Francisco, a la edad de cuatro años a causa de una bronconeumonía, es uno de los sucesos más mencionados a la largo de Las pequeñas memorias. Saramago reconoce no tener casi recuerdos de él, pues tan solo tenía dos años cuando aconteció. Conserva alguna foto suya, que aparece al final del libro, junto a otras del propio escritor, de miembros de su familia y otros conocidos y vecinos de la época. Como es obvio, la vida de una persona se compone de momentos buenos y malos, de recuerdos propios y de otros que, de tanto nombrarlos, al final nos resulta casi imposible discernir si son recuerdos de verdad o si realmente no sucedieron nunca. En cualquier caso, lo que aparece en este libro es el resultado de una vida digna de ser conocida por los amantes de la buena literatura.