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lunes, 16 de marzo de 2015

La Ropavejera, el génesis del mal. Ramón Cerdá. El fantasma de los sueños. 2014. Reseña





     La Ropavejera, la génesis del mal, última novela del ontinyentí Ramón Cerdá, forma parte de un ambicioso proyecto completado con el corto, de idéntico título, dirigido por Nacho Ruipérez. Sin embargo, a diferencia del film, abarca toda la vida de la protagonista de la historia, Enriqueta Martí, más conocida como La Ropavejerala Vampira del Raval de Barcelona. Personaje real, la prostituta, proxeneta, secuestradora de niños y asesina en serie natal de Sant Felíu de Llobregat, estuvo a punto de poner en jaque a la alta burguesía barcelonesa de principios del siglo XX. De ahí, quizás, su polémica muerte en la prisión de mujeres Reina Amalia de la ciudad condal.

     La historia de La Ropavejera es un conjunto de situaciones que explican unas a partir de otras. Y es que en la psique humana nada sucede por casualidad. Probablemente Enriqueta no hubiera sido como fue si su padre, alcohólico y maltratador, no hubiera abusado de ella desde temprana edad. Ante las repetidas vejaciones sufridas, la protagonista de la novela hubo de huir de casa y buscarse la vida en la capital catalana de finales del XIX y principios del XX. Y lo hizo como pudo: prostituyéndose en la calle y en burdeles y utilizando a los hombres dejando que éstos pensaran que era realmente al revés. 

     Enriqueta fue un monstruo cruel, despiadado y sin ningún tipo de escrúpulos. Su inteligencia y su frialdad, altamente elevadas, hicieron el resto. Siempre tuvo claro cuáles eran sus propósitos y los métodos para alcanzarlos. Consciente de que algunos hombres gustan de los placeres sexuales con jovencitas y niños, dedicó su vida a conseguir regentar un burdel de alto standing para la gente rica de la ciudad. Su dinero le serviría para alcanzar la libertad tan anhelada desde su infausta niñez. Y no escatimó gastos ni depravadas acciones.

     En su lujoso meublé de la calle Ponent La Ropavejera supo ofrecer a la alta burguesía barcelonesa de la época todo aquello que fuera capaz de proporcionarle placer: sexo con mujeres, sexo con niños / as y toda clase de ungüentos y elixires elaborados con la sangre y la grasa de los niños de la casa. Quizás lo más llamativo de esta asesina en serie sea que estaba convencida de que los niños eran más felices con ella en esa casa que en la calle. Y es que la mayoría de niños que ofrecía a sus adinerados y pervertidos clientes habían sido previamente recogidos e incluso secuestrados y adoctrinados.

     Pero todo ello no habría sido posible sin que la madame de la casa, ¡que llegaba a vender la virginidad de los niños y niñas hasta por cien pesetas de hace más de un siglo!, tuviera una ayudante fiel y dispuesta a todo. Y esa era Angelita. La joven era, en realidad, hija de la cuñada de Enriqueta, quien se la robó nada más nacer con la ayuda de otra mujer tan poco escrupulosa como ella. Angelita fue educada como hija de Enriqueta, quien siempre pensó en ella como su heredera en el negocio del meublé. La Ropavejera, sin duda, lo tenía todo muy bien pensado. Angelita era una pieza básica tanto en el engranaje de adoctrinamiento de los rapaces como en el propio funcionamiento de la casa.

     En previsión de futuros problemas, Enriqueta llevaba registro, en un diario personal, de todo cuanto acontecía en la casa. Todo aparecía en él: nombres de clientes, servicios prestados a ellos, elixires y ungüentos vendidos, etc. Todo ello podía servirles a ella y a su hija en caso de ser detenidas algún día. Esperaba que, en caso de extrema necesidad, sus clientes les echaran una mano, aunque solo fuera para salvar sus identidades y escapar de cualquier acusación por parte de la justicia. No obstante, como suele ocurrir, hasta en los mejores planes siempre falla algo. Y Enriqueta acabó con sus huesos en la cárcel en 1912. Y allí falleció, en muy extrañas circunstancias, en 1913. Probablemente, a esos burgueses clientes suyos no les interesó que la causa llegara a juicio.

     La novela atrapa al lector desde el principio, algo ya acostumbrado en Ramón Cerdá, autor ya conocido por los seguidores de este blog. Con un lenguaje directo, sin artificios y con las descripciones justas, Cerdá desgrana la historia de manera original, empleando hasta tres narradores diferentes a lo largo de la narración: el clásico omnisciente en tercera persona, la propia Enriqueta en primera persona (lo que otorga a la obra una mayor dosis de verosimilitud) y Angelita, también en primera persona, que aclara en última instancia un final sorprendente.  

     Y he dejado para el final el retrato psicológico de la protagonista porque me parece lo más acertado de una novela ya de por sí magnífica. Cerdá pinta un retrato profundamente realista de La Vampira del Raval. Tanto es así que llegamos a comprender - ¡nunca a justificar ni a compartir, por supuesto! - sus acciones. Y en ocasiones, hasta a admirarla. No evidentemente sus crímenes, pero sí su tenacidad, su confianza en sí misma y su capacidad para conseguir todo aquello que se propone. Tengamos en cuenta que le tocó vivir una época (finales de siglo XIX y principios del XX) y una sociedad (la revolucionaria barcelonesa) en que las mujeres, sobre todo las de origen modesto, estaban destinadas a mendigar y a malvivir. Enriqueta, en cambio, llegó a codearse con la alta burguesía. 

     Lástima que todo ello no fuera usado para hacer el bien a la sociedad, sino para servir a una clase social (políticos, comerciantes, banqueros, etc) corrupta, enferma y despreciable. Porque los verdaderos monstruos de la historia tan bien llevada por Cerdá son precisamente ellos: unos seres depravados que usaron su poder para vivir por encima de la ley a la que en ocasiones representaban en su actividad diaria. Quizás algún día se haga justicia con ellos y aparezca el diario de Enriqueta. Más de uno de aquellos ricos y famosos personajes, cuyas identidades se desconocen todavía a día de hoy, pasen a ser conocidos por motivos bien diferentes a los de la actualidad...